CONSULTAR
CUÁNDO CONSULTAR (NO ACUDIR)
La oportunidad de hacer una consulta psicológica tiene dos modos de ser determinada.
La primera de ellas es cuando una persona es capaz de decirse con sinceridad que hay algo en su pensamiento, en su conducta, en sus afectos, que no funciona como desea.
Y ha aceptado que es plenamente responsable de ello, más allá de las contingencias de la vida de relación, es decir, no vuelve al semejante ni a su mundo particular culpable de lo que le pasa.
Esta comprobación va más allá de una simple evidencia de una equivocación, de una condición emocional penosa o de un proceder no acorde a sus intereses.
Se trata entonces de la persistencia de esa dificultad en el tiempo, o de su valor cuantitativo (mucho o demasiado poco en relación a una respuesta mas ajustada), que termina perturbando su calidad de vida.
Es el momento de hacer una consulta.
La segunda de las ocasiones se produce cuando alguien cercano, como un familiar, la pareja, un amigo, un compañero de trabajo, en una afirmación genuina, señala un rasgo de comportamiento inadecuado.
Supuesta la legitimidad de la afirmación, se configura una situación más incómoda, puesto que la persona no ha llegado a considerar la presencia de un desorden psicológico como el que se le indica.
En esa situación debiera iniciarse una reflexión que tiene que llevar a la persona a considerar su condición psicológica como pasible de ser tratada y mejorada, pues de lo contrario, al acudir a la consulta enviada por otro, entiende que no hay nada que cambiar, y la consulta sirve para refirmar su negación.